La Plaza de la Iglesia está situada en el centro de Santa Gadea del Cid, una localidad con un marcado carácter medieval, ubicada estratégicamente cerca de Miranda de Ebro, entre el valle del río Ebro y los Montes Obarenes. Su posición en la ruta hacia Bilbao y el norte la convirtió en un enclave relevante durante la Edad Media, tanto por su función comercial como defensiva.
La Plaza de la Iglesia se caracteriza por su estructura abierta y rodeada de soportales de madera, que conforman un espacio típico de los mercados medievales castellanos. Las casas que flanquean la plaza conservan fachadas de piedra y elementos constructivos originales de la época, como las vigas de madera que sostienen los soportales, un rasgo distintivo que no solo protegía del clima, sino que permitía la instalación de puestos de venta y transacciones.
Este tipo de arquitectura responde a la necesidad de crear un espacio funcional para la vida diaria del pueblo, facilitando el comercio local en una época en la que Santa Gadea del Cid actuaba como lugar de paso entre Castilla y los puertos del norte.
Gracias a su ubicación en una ruta comercial clave, la Plaza de la Iglesia fue probablemente un mercado al aire libre donde se realizaban importantes intercambios de mercancías. Mercaderes de todo tipo pasaban por esta zona en su camino hacia el norte, y la plaza, con sus amplios soportales, servía como punto de encuentro para estos comerciantes.
Aquí, además de productos locales, se negociaban mercancías que llegaban desde el puerto de Bilbao, lo que potenciaba la economía local y hacía de Santa Gadea un lugar de cierta relevancia en el comercio medieval.
Más allá de su función comercial, la Plaza de la Iglesia tenía un papel en la defensa del pueblo. Santa Gadea del Cid estaba rodeada por una muralla que protegía este importante enclave fronterizo. La Iglesia de San Pedro Apóstol, ubicada en la plaza, no solo era el centro religioso, sino que su torre almenada cumplía también funciones defensivas.
Durante los periodos de inestabilidad, la torre se utilizaba como punto de vigilancia y protección, funcionando como una torre de defensa dentro del recinto amurallado. Esto era común en iglesias medievales situadas en zonas fronterizas o de paso, donde la combinación de lo religioso y lo militar era crucial para la seguridad de la población.